Impro

Mis 40 se ha manifestado en apuntarme a clases de teatro. El ayuntamiento de mi muy ejemplar ciudad (gora por el fomento de la creatividad cultural desde lo público) viene organizando talleres, y pasado algún umbral, por fin, me he animado. 

No solo es un magnífico vehículo para que una persona introvertida y tímida como yo saque cositas, quién llega a leerme detecta en mí una pulsión farandulera. 

En las sesiones que conduce, con mucha agudeza y tacto, nuestra joven actriz profesora, se trabaja como herramienta fundamental la improvisación teatral o impro. 

La profe nos propone crear y representar escenas en el momento, sin leer diálogos. Construimos historias escuchándonos unos a otras, recogiendo al vuelo la propuesta que lanza cada partenaire. 

La ausencia de guión no implica que se parta de cero. El juego puede pasar por acordar un lugar de encuentro, imaginarnos cada cual nuestro personaje, o pensar durante unos minutos un comienzo, conflicto y desenlace. 

A veces jugamos a la suerte. La profe pide a una mano ciega del grupo que escoja un papelito, un papelito con algún tipo de indicación para la obra que nos vamos a inventar. Una indicación que se añade al conflicto o personajes que hayamos pensado.

Se constata que esas directrices, aparentes restricciones, hacen que las obras improvisadas resulten bastante más divertidas. 

No somos la mejor troupe. Gente sin tablas, llegamos a las sesiones tras largas jornadas de personas adultas, con neuronas cansaditas para partidas de agilidad mental. Cuantas menos pautas recibimos, más terminamos cayendo en lugares comunes, en reproducir clichés trasnochados, sketches a lo Noche de Fiesta, y actuándolo además a bajo gas. 

Una pauta de estilo o género nos hace bastante más imaginativos, y hace que, al menos yo, lo llegue a disfrutar muy fuerte.  

Una semana, a un grupo de tres nos tocó una frase con la que imaginar contexto y conflicto: “Ya están otra vez los vecinos de arriba”. Nuestra idea no fue muy lejos: nos llegan voces de una discusión violenta y nuestro problema es decidir si nos inmiscuimos o no llamando a la policía. Cuando nos dimos por satisfechos con haber esbozado esta premisa básica, la profe nos hizo escoger un segundo papelito. Esta vez nos iba a tocar un género cinematográfico. Entre las opciones “misterio”, “cine mudo”, “western” o “musical”: nos tocó “romántico”. En apenas un par de minutos, llevamos la historia al escenario, y el conflicto ya tenía otras capas. Mi esposa y yo descubrimos que nuestro hijo tiene fuertes sentimientos por Blanca, la hija de los vecinos, y tiene miedo de que las autoridades la alejen de él, si alertamos de su situación familiar. Compartiendo marco, no tuvimos miedo a sobreactuar, tratando de emular melodramas con gestos muy afectados. Muy seguramente acabamos llevándolo a la parodia, pero nos divertimos y también contagiamos a nuestras compañeras espectadoras.

La pauta de género “romántica” no sólo señaló hacia dónde dirigir nuestra energía. Dotó de un suelo firme sobre el que construir nuestra improvisada historia, que contaba, ahora, con texturas y elementos de relieve para darle más cuerpo. 

¿Cómo elegir un género o un estilo cuando no nos acercan una bolsa con papelitos? 

Propongo jugar, probar, elegir con arbitrariedad lo que nos apetezca. Divertirse. Experimentar con el drama y la performance. To be extra. Si no termina de funcionar, al menos, que nos resulte interesante hacerlo.

 


Agradecimiento: Nuestra profesora y mis compañeras y compañeros en el Laboratorio de Teatro.

En imagen: Historia de un matrimonio (2019), de Noah Baumbach

Entradas recientes

Comentarios recientes

Archivos

Categorías

Meta

Alex Atxa Escrito por:

Gestionador de cosas comunicativas, sobre todo de mí mismo. Sufridor de la línea A3926 de Bizkaibus. Asomo la cabeza en este blog compartido.

Sé el primero en comentar

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *