La tecnología con mayor probabilidad para cambiar el mundo de los negocios en la próxima década no es la social web, el big data, la nube, la robótica, o siquiera la inteligencia artificial. Es el blockchain.
Harvard Business Review, mayo de 2016
Seguro que has leído sobre el Bitcoin y otras divisas digitales. Si has seguido la serie Mr. Robot, habrás visto su versión 100% corporativa y centralizada Ecoin, convertida en forma de pago habitual en las tiendas de conveniencia neoyorquinas, en esa distopía que tanto nos asusta por parecer una continuación de nuestra realidad. Es posible que incluso hayas llegado a comprar o invertir en criptomonedas. Una divisa que no está respaldada por ningún Banco Central ni Reserva Federal despierta irremediablemente curiosidad, recelos y simpatías. Históricamente, hemos aceptado piezas de níquel y trozos de papel como intercambio en las transacciones porque una autoridad, que todo el mundo acepta, le da un valor. En la actualidad, la mayor parte del dinero en circulación no existe físicamente, pero seguimos confiando en el valor que le asigna el sistema bancario que lo crea. Las criptomonedas sustituyeron esa autoridad central por un sistema de verificación de hechos y datos basado en el consenso distribuido. Y es precisamente ese sistema de registro de datos, el blockchain, el cual promete ofrecer mayor seguridad y privacidad que cualquier base de datos centralizada, la tecnología que verdaderamente está llamada a revolucionar la economía y el mundo digital. El gran hallazgo real.
El blockchain es un “libro mayor” de acontecimientos digitales que se basa en tomar un número de registros de datos y colocarlos en un bloque – en lugar de ponerlos en una única hoja –. Después, cada bloque se “encadena” al bloque siguiente, mediante una clave criptográfica. La cadena de bloques resultante, inmutable y segura, puede ser compartida y corroborada por cualquiera con los permisos adecuados. Esto permite realizar todo tipo de transacciones, más allá del pago digital, eliminándose la necesidad de una única autoridad confiable que gestione, almacene y corrobore los datos, sea un gobierno, un banco, un hospital, o un notario.
Lejos de asustarse por su procedencia, las fintech y la banca tradicional han sido las primeras en apostar e invertir en el blockchain: con un libro de registro, compartido por distintos bancos e instituciones, se gana en eficiencia, agilidad y ahorro de costes. Pero las aplicaciones son infinitas. Pensemos en la propia arquitectura de Internet. Un modelo concentrado no casa bien con él, es vulnerable a los ataques y poco fiable, el blockchain tiene el potencial de convertirse en la herramienta acreditadora de hechos e identidades que necesita. En el despliegue del Internet de las Cosas, con millones de objetos conectados, con billones de transacciones entre “cosas” ocurriendo a cada instante, se necesitará autenticarlas en tiempo real, y el blockchain puede ser determinante para conseguirlo.
En un plano más cercano, el blockchain puede ser el desencadenante de una economía verdaderamente colaborativa y atomizada. Aunque se emplee como sinónimo de economía colaborativa, Uber, por ejemplo, no deja de ser esencialmente un agregador de coches y conductores, que centraliza en una plataforma app, para revender sus servicios a usuarios que los necesitan, a cambio de una comisión. Lo mismo hace Airbnb conectando propietarios de apartamentos con personas que necesitan alojamiento esporádico. El Blockchain promete tener el potencial de sustituir dichas plataformas centralizadas, que pertenecen a un gran intermediario, por plataformas verdaderamente P2P, pudiendo eludir costes de intermediación y dando más poder a oferentes de servicios y usuarios finales.
En el sector energético, si proliferan los medios de autoabastecimiento mediante paneles solares, aerogeneradores, ¿por qué no emplear el blockchain para poder vender el excedente energético a los vecinos más cercanos? El modelo centralizado, donde todo tiene que pasar por un oligopolio de compañías eléctricas, tenía más sentido cuando todos dependíamos de unas pocas plantas generadoras. En el ámbito gubernamental, el blockchain puede ofrecer las garantías necesarias para que el voto y la participación ciudadana sean más frecuentes y habituales, y el gobierno británico, por ejemplo, ya lo contempla como medio para agilizar la burocracia en la recaudación fiscal o en la entrega de documentos de identidad. Allá donde los gobiernos no llegan, donde hay personas que viven sin documentación y sin registros adecuados de sus propiedades o actividades económicas, activistas como el peruano Hernando de Soto ven en el blockchain una oportunidad para mejorar su situación de debilidad cuando deben abrir una cuenta bancaria, pedir un préstamo, o acceder a un seguro.
Estos son solo algunos ejemplos de las posibilidades que el blockchain coloca en el horizonte, pero para que se hagan realidad, debe superar algunos obstáculos. En primer lugar, existe un problema de escalabilidad a resolver: el gigantesco tamaño de una cadena activa durante años, el número de transacciones procesables por minuto, o el tiempo de espera entre que la transacción es enviada y aceptada. Y en otro plano, se debe poner en pie un sistema que evite que la validación de los bloques, el contraste distribuido, vuelva a concentrarse en una red finita de mineros de datos.
Foto: David Pacey
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