Se ve, se siente, la vuelta a la oficina está presente

YO, que estaba enamorada de mi formato de trabajo en remoto (100% permanente revisable) recibí esta semana la noticia de que había llegado el momento de volver a la oficina.

Me llevé un disgusto tremendo. Gracias al teletrabajo YO había puesto fin a uno de mis eternos debates internos: lo que quiere mi mente y lo que quiere mi corazón. Al no tener que residir en ningún sitio en concreto para desempeñar mis labores, el DONDE trabajo y el DONDE vivo había dejado de estar en conflicto. Ya no tenía que vivir DONDE tuviera que trabajar. Y eso me ha hecho muy feliz.

He pensado mucho esta semana sobre los modelos de trabajo que si presencial, remoto o híbrido. Y lo dijo un genio “Pienso, luego existo”. A lo que la analista añadió. “Pienso, luego existo. Pienso, luego dudo. Dudo, luego existo para seguir pensando”.

Igual para entender mi dolor tendrías que conocerme un poco. Veamos, soy una mujer que se cree más graciosa y atractiva de lo que es. Soy una tía que va de dura pero es blandita. Soy buena gente, auténtica y querible. Pero ante todo, esta semana, fui una persona que sufría una ruptura. Para que tu me entiendas, soy como Chenoa.

Porque gracias al teletrabajo no sólo los profesores de Educación Física trabajan en chándal

Pero no siempre he sido una mujer (en chándal) con el corazón roto. Tampoco he sido durante mucho tiempo una mujer (en chándal) con un trabajo en remoto 100% (permanente revisable). Igual para entender mi dolor necesitas conocer mi historia.

Nómada presencial

Se ha hablado bastante de ser nómada digital, una palabra que suena muy cool. Pero ya lo dijeron Lendakaris.

Y vas de cool

Te crees muy cool

Sólo sabes dar por cool

Yo no soy una nómada digital, soy una nómada presencial. Soy de un pueblo de Segovia, dicho de otro modo, soy de la España vaciada.

Si creces en la España vaciada, te crías como una niña que sabe que cuando sea joven si quiere estudiar y trabajar “de lo suyo” se tendrá que ir “fuera”. Creces sabiendo que tus días en el pueblo están contados y tu destino es el exilio. Y eso lo supo mi mente siempre.

Viví con alegría y recuerdo con amargura a la reina de las fiestas, mi quinta, mi mejor amiga, mi prima cuando dijo “Y a mis quintos, que disfrutemos muchísimo de estas fiestas, que nos tendremos que ir a estudiar fuera, pero tenemos estas fiestas por delante. Las mejores. Las nuestras ¡Viva los quintos!”. Recuerdo la emoción de responder ¡Viva! a los pies del balcón del ayuntamiento. Tampoco es que tenga muchos más recuerdos de esas fiestas, por lo que sea.

Poco después, ese mismo verano, nos despedimos en la calle de las piscinas que era DONDE nos despedíamos siempre. Porque siendo niñas, cuando llegaba la hora de cenar, los mayores indicaban a la que estaba de visita que era el momento de que se fuera a su casa. Pero nos dejaban acompañarnos hasta el punto intermedio, las piscinas. Y siempre pedíamos acompañarnos. Porque así, sin adultos en la costa, podíamos seguir alargando el juego, la charla. Todo eso que no puedes dejar para mañana. ¿QUIÉN quiere cenar pudiendo jugar? Ese verano de 2008 nos despedimos como nunca DONDE siempre. Ella empezaría a estudiar en Valladolid y yo me iría a Salamanca. Y sin saber CÓMO despedirnos, CUANDO el punto y aparte llegaba impasible, nos dimos nuestro primer abrazo. Primero, sí, ¿QUÉ PASA?

Nunca nos habíamos abrazado, había sido una amistad ininterrumpida entre castellanas hasta ese momento. Una amistad que abarcaba desde jugar con muñecas al salir del colegio. Beber con poco arte, divertidas y a escondidas agua con el porrón de la casa de sus abuelos. Comer las uvas de la parra. Dar vueltas por mi patio dentro de un bidón de obra y marearnos. Sentarnos juntas y con acné en el autobús que nos llevaba al instituto. Sentarnos juntas en clase de tecnología, primera vez en la historia de ese instituto que hubo dos chicas en esa clase. Nos dieron nuestro primer beso (a cada una un chico distinto) en la misma fiesta de cumpleaños. También bailábamos juntas en la discoteca del pueblo, desierta cada viernes y la cerrábamos. Comprábamos “a chapas” la botella del botellón. Catorce de mis dieciocho años siendo amigas íntimas. Mi única amiga íntima entonces, mi primera amiga íntima a día de hoy, PARA QUÉ más señas.

Y ahí estaba mi mente, dentro de mi cuerpo, descubriendo en un abrazo la certeza de que por mucha ilusión que me hiciera vivir fuera del pueblo. Por muchas ganas que tuviera de explorar todo lo que me esperaba. Fuera a donde fuera ya no iba a compartir mi realidad con mi amiga nunca más. Y eso no lo sabía mi mente hasta ese momento, pero lo aprendió en ese abrazo en el que sentí una tristeza abrumadora*.

Tristeza que revivo al recordarlo. Y os diré que después de ese abrazo, vinieron otros amigos insustituibles a rodearme con sus brazos en el momento que nos despedíamos. En los abrazos de despedida, no te despides de tu amiga. Ni ella de ti. No sirven para despedirte de ellos porque los amigos y la amistad te acompañan a DONDE quiera que vayas. Los abrazos de despedida son para despedir a la realidad que se compartía. Esa es la que se marcha para no volver. He vivido demasiadas despedidas y todas con el mismo dolor incalculable, pero en las siguientes despedidas ya sabía que por mucho que me doliera en ese momento, podría con ello. Porque si pude con el dolor de despedirme de mi prima Cova ese verano de 2008, puedo con el dolor de los SIGUIENTES abrazos de despedida.

Las navidades que fui quinta, los quintos llenamos el pueblo de pintadas colectivas con un K’08. Todas las pintadas fueron anónimas menos una, esta. Son las puertas de un garaje de mi calle. Mi padre, que dedujo que fui yo la autora de la pintada porque supongo que es un poco analisto, no me regañó. Simplemente suspiró y dijo ese “de verdad, Irene” que me es tan familiar. Quien me vaciló esas navidades con “anda si está aquí, Ire cero ocho” le contestaba “para ti, cero, cero, ocho”. Y cuando paso por delante me sigue haciendo gracia. No, no tengo remedio papá.

He vivido en bastantes sitios (Salamanca, Segovia, Málaga, Aranjuez, Valencia, Arrasate, Bilbao, Madrid). Esto puede darme un aire aventurero en una cita Tinder, porque se puede contar ocultando que en cada paso te dejas los vínculos que hicistes sueltos. Para mi ha sido difícil, pero si he sido capaz de hacerlo es porque una vez que expatrias (estructuralmente) a alguien, ese alguien tiene la capacidad de autoexpatriarse y decidir estudiar y trabajar donde más le conviene a cada momento. Decisiones implacablemente racionales. Decisiones que tomas con esa parte de ti que es un Terminator pronunciando un “La vida está DONDE está el trabajo”. Yo para dejar Bilbao tuve que sacarme el corazón del cuerpo y mudarme movida únicamente por la razón. Y así me pasa, que siempre que vuelvo a Bilbao mi corazón no entiende porque no vivimos allí. Digamos que mi corazón ha vivido en muchas ciudades para que mi mente siguiera en el mismo sitio siempre, creciendo profesionalmente.

Y como os decía siendo una nómada presencial, acabé viniendo a Madrid por trabajo y sin corazón. Y claro, al no tener corazón, solo podía odiar Madrid. Su ritmo frenético, sus 40 minutos en metro para ir a TODAS partes, su gente machacada por la precariedad más precaria. Así estaba yo, odiando Madrid y amando mi curro, cuando llegó un giro de guión que nadie imaginaba…

La pandemia que nos trajo el teletrabajo

Llegó la pandemia y con ella el confinamiento. Y con el confinamiento las empresas digitales, en su mayoría, aplicaron el formato 100% remoto (permanente revisable), por lo que sea. Para unas era supernuevo y para otras bastante nuevo pero lo pusieron en práctica.

Mi mente cartesiana interpretó el teletrabajo* como una victoria clara.

Me enamoré del remoto estando  encerrada en casa, magnificando lo que me pasa en ella, en chándal y relacionándome con el exterior gracias a las cámaras. Un día delirando me puse a cantar a dueto con mi ordenador dentro del cuarto en un rincón”…

¡ESCONDIDOOOOOOOOOS! solos por amor  trabajo

La oscura habitación

Tu cuerpo, el mio

El tiempo de un reloj

¡ESCONDIDOOOOOOOOOS! solos tu y yo

Atrapados sin poder salir del interior

De tu interior

Mientras que hacemos el amor  dashbooooard

Si estuvimos 99 días confinadas, yo tuve 99 abrazos “de buenos días” de mi madre. No he medido lo que perdí esos 99 días estando encerrada. Tampoco necesito comparar mis datos para saber que soy de las personas afortunadas a las que el confinamiento dió más de lo que quitó.

Me trajo los domingos de dominó.

Aprender la importancia de la posicion que ocupas es de primero de geopolítica. Yo lo aprendí por jugar teniendo que colocar ficha después de mi padre. 

Me trajo tiempo para aburrirme tanto como para que me diera por pintar.

Irene va ciega, una serie de tres capítulos totalmente innecesarios.

Me trajo ciclos de cine con mi madre, por fin amortizó la mujer pagarme la carrera de Audiovisuales.

Explicación de “Origen” en las puertas del garaje. El óxido, mi dedo y el inmenso ego de Nolan.

Pero pongamos que estábamos hablando de Madrid, que me despisto fácilmente. Para mi lo mejor de Madrid es su gente y supongo que si es así es porque las medidas neoliberales que imperan en esta ciudad no han inventado empresas que se enriquezcan con los afectos (todavía). Si no, ya se habría recortado el número de buena gente a la que tocamos por persona en Madrid.

Madrid tiene una oferta de ocio inabarcable y una energía única. Pero si eres como yo, y te tenían que decir que te salieras de la piscina de pequeña y emergías tiritando con los labios morados y la piel de las manos reblandecida. Si eres de esas personas que se criaron sin reloj y volvías a casa cuando se hacía de noche. Si no tienes ni una, ni dos, ni tres cicatrices por hacerte una brecha jugando. Si eres ese tipo de persona, en Madrid te sentirás como un galgo en un balcón.

Yo me enamoré de Madrid cuando dejé de tener que ir todos los días a la oficina y empecé a disponer de todo ese tiempo y energía para otras cosas que me aportan bienestar.

“El teletrabajo permite que la mente sea ubicua y el corazón pazca donde quiera. Y para una nómada presencial tener un trabajo en remoto no es un privilegio, ni un derecho. Es simplemente justicia”. Irene Santos

En estas estaba yo, enamorada de vivir en diferido en Madrid, cuando recibí la noticia de que teníamos que intentar ir presencialmente a la oficina un día a la semana.

Si alguna vez venís de visita, os invito a mi casa. O quizá no. No sé.

La pospresencialidad

A ver, una cosa te digo, por mucho que volvamos a ir a la oficina, la oficina no va a volver a ser la oficina. Esa oficina ya no existe, se fue con la pandemia. Podemos empezar a visitar la oficina. En un formato híbrido podemos tener una oficina intermitente (permanente revisable) pero no tendremos la oficina que teníamos.

Vale, volvemos a la oficina porque la pandemia está casi superada. Pero ¿para qué volvemos a la oficina?

Si trabajas en el sector digital, tu mente es tu única herramienta de trabajo. Amiga, date cuenta de que si trabajamos únicamente con nuestra mente y de manera ubicua, las empresas para las que trabajamos se sienten cada vez más intercambiables. El salario económico, las horas de la jornada, la flexibilidad del horario cobran mucha más importancia en las condiciones que buscamos. “El buen ambiente”, la ubicación de la oficina y la máquina de café se quedan sin espacio en el modelo de teletrabajo. Dicho de otro modo, las empresas quieren que lleves tu mente pero sobre todo tu corazón a la oficina. Porque si todos llevamos el corazón puesto cuando vamos a la oficina se generarán de manera orgánica vínculos entre las personas y el sentimiento de pertenencia a la empresa de la manera analógica a la que están las empresas acostumbradas.

Lo que ven tus ojos ahora mismo es mi vuelta a la oficina. ¡Ay!¡Qué maravilla la autoficción!

La autora de esta fotografía no garantiza que el equipo de marketing de Rastreator trajera su mente de manera presencial (permanente revisable) a la oficina. Eso yo no lo sé. Pero por el cariño calculo que un 95% vinimos con el corazón puesto. 

En mi opinión nadie quiere a estas alturas que haya presencialidad para tener presencialismo. Dudo mucho que la gente que quiere volver a tener un trabajo 100% presencial sea representativa. Se quiere recuperar cierta presencialidad porque no se cree o no se sabe hacer equipo en la realidad virtual. Esto no quiere decir que no se pueda hacer equipo o vincular a un trabajador en remoto NUNCA. Tampoco digo que se pueda conseguir la integración o el desarrollo de una persona en remoto SIEMPRE. Simplemente digo que se ha optado por lo bueno conocido en lugar de por lo bueno por conocer.

Y una cosa os admito, yo no recuerdo como se daba de alta una línea de Vodafone (y dí de alta a centenares). Pero recuerdo perfectamente a mi encargada compañera  Salomé cantar siempre que cerrábamos “Y me subí a la verja, con la…”. Recuerdo que me hiciera gracia al principio. Que me dejara de hacer gracia después. Que me volviera a hacer mucha gracia luego. Salomé, un gran ejemplo de como ser una gran persona. Recuerdo que tener el turno partido los sábados no implicara tener el corazón partido porque los pasaba con Luís. Recuerdo la cara que ponía Bea cuando iba a soltar un comentario ácido y divertido.

Gracias por tanto, tan temprano. Compañeros del alma. Compañeros

No recuerdo con todo lujo de detalle casi ninguna de las implementaciones que hice en LIN3S. Pero recuerdo a la perfección como Azahara se me autopresentó mi primerito día. Recuerdo mi primer kalitxiki con Aini. Y el último, lo tengo guardadito. Recuerdo el momento de comer con mis compañeras y compañeros y disfrutar de la charla. Recuerdo cómo empezaban las cañas de los jueves. Recuerdo a Nuria emocionarse en mi despedida. Recuerdo buscar a Delbonte en los pintxos de los viernes. Recuerdo que me reía mucho . Muchas veces me reía de mis propias bromas.

Lo sé, lo sé, vaya foto. Diremos que es una foto provisional permanente revisable

Recuerdo lo que me impresionaba la oficina de Rastreator al principio. Recuerdo descubrirme tímida ante tanta gente. Recuerdo desayunar con IT. Recuerdo cuando ya estaba aclimatada subir a la tercera a explicar un datalayer a Rafa, era subir a bromear con Coll y ya de paso picar de lo que hubiera, claro. Recuerdo bajar pasando por el departamento de marketing y tratar de hacer reír a Carol a portería vacía porque me pilla todas las ironías. Y hablar con Maria, y robarle chocolate a Alba, claro. Recuerdo tener a Ale y su risa fácil frente a mí cada día.

¿Qué es poesía? ¿Y tú me lo preguntas?

Y recordando esto me di cuenta de algo que mi mente no sabía. Igual el cerebro tiene una memoria muy pequeña. Igual lo que producimos cuando trabajamos no es lo que se nos queda guardado en la memoria permanente revisable. Igual lo que nos quedamos de verdad es lo que guardamos en la memoria emocional. Igual de las empresas en las que trabajamos recordamos cómo nos sentíamos trabajando. Y no nos engañemos, nos sentimos trabajando CÓMO nos hacen sentir los compañeros y la empresa. Y eso se materializaba en la oficina.

– ¿Sabes ese momento en el que te das cuenta que la casa oficina en la que has vivido ya no es tu casa oficina? De repente, aunque tengas un sitio donde poner tus cosas, la idea de casa oficina desaparece.

– Yo aún me siento a gusto en mi oficina casa.

– Un día cuando te vayas te pasará, y ya no habrá vuelta atrás. Ya no lo recuperarás jamás. Es como sentir nostalgia de un sitio que ya no existe. Tal vez sea ley de vida.(..) A lo mejor eso es una familia empresa. Unas personas que echan de menos el mismo lugar imaginario.”

Algo en común (Garden State) 2004.

Y mi concepto de pospresencialidad lo saqué de esta película, cuando volví a mi casa el primer verano de irme a estudiar fuera. No lo había rescatado hasta ahora.

Si has llegado hasta aquí esperando que yo diga que el mejor formato es el presencial o el remoto 100% o que el más sólido es el híbrido…solo te diré que espero que estuvieras leyendo y esperando esa sentencia sentada. Yo no tengo un formato de trabajo perfecto para todas las empresas y para todos los empleados. Yo eso no te lo puedo decir, porque yo eso no lo sé. Esta historia no va de que debatamos mente a mente a ver quién tiene la verdad absoluta sobre el formato perfecto de trabajo. Esta historia, que es mi historia, iba de abrirse el corazón a ver si podía enseñarle a tu mente ALGO sobre TODO lo que implica DONDE trabajamos para ciertas personas y en ciertos momentos.

Ya no estoy tan disgustada PORQUE, con cierta ayuda (ahora y siempre), espero TRASCENDER* encontrando un sitio entre lo virtual y lo físico donde mi mente y mi corazón (con)vivan en paz.

Agradecida confío en que todo nos irá bien porque tengo…

…razones para entenderte.

Tengo maneras de darte suerte.

Tengo mil formas de decir que se que todo ira bien.

Tengo razones para entenderte.

Tengo tan buena suerte.

Tengo historias para comprender que

todo te ira bien, todo ira bien.

Pensar oh! si. Tachar oh!no. Sera mejor.

Y ríete de lo peor, sera mejor.

Porque pensar que todo va mal

te alejara de la felicidad.

Así que…

Amiga, siéntete libre de contarnos lo que has sentido y pensado en tu caminar por los diferentes modelos de trabajo en los comentaríos.

Próximamente fuera de sus pantallas…

Y es que tuvo que venir Adrienne Rich a decirnos lo que nadie nos había dicho primiusky…

Nadie nos dijo nunca que teníamos que estudiar nuestras vidas, hacer de nuestras vidas un estudio, como si aprendiéramos historia natural o música, 

que debíamos empezar con los ejercicios sencillos primero y avanzar poco a poco intentando los difíciles, practicando hasta que la fuerza y la precisión fueran a una con la audacia  de saltar hacia la trascendencia*, correr el riesgo de derrumbarse en el furioso arpegio o fallar la frase completa de la fuga.

 …Y en realidad no podemos vivir así: asumimos todo a la vez antes de haber empezado siquiera a leer o marcar el compás, nos vemos forzadas a comenzar en mitad del movimiento más difícil, el que está ya sonando cuando nacemos. 

Cómo mucho se nos conceden unos cuantos meses en los que sin más escuchamos la sencilla línea melódica de una voz de una mujer cantándole a un niño contra su corazón.

Todo lo demás es demasiado prematuro, demasiado repentino, la desgarradora separación, el latido de esa mujer escuchando en adelante desde la distancia, la pérdida de esa nota tónica que resuena cada vez que estamos felices o desesperadas. 

Glosario

Tristeza abrumadora*.  Que no Descartes, que yo no quiero estar por encima de mis sentimientos. Tampoco debajo.

Mi mente cartesiana interpretó el teletrabajo* 

 

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Irene Santos Escrito por:

Analista feliz. En ocasiones veo datalayers en Rastreator.com. Creo contenido sin ninguna pretensión más allá que seguir aprendiendo. Tengo a Segovia en el corazón y a Madrid en la cabeza

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